PROMO LA PULSEADA DE ABRIL

agosto 05, 2010

Editorial de agosto: ¡Pobre Joaquín!

Conocimos la canción en la voz única de Alfredo Zitarrosa, pero también la han entonado Los Olimareños.
La escribió Rubén Lena (1925-1995), músico y poeta uruguayo que narró la circunstancia precisa en que nació el tema.
“Era febrero del 68 –cuenta- y yo había tomado el ómnibus para el centro, tan temprano que el rocío brillaba en el césped. Compré el diario y al pasar de las hojas leí una noticia redactada en pocas líneas donde se informaba que en una calle había aparecido el cuerpo de una persona, con ropas muy pobres, cuya identidad no se establecía y que había muerto de frío. Nada más. Doblé el diario y en mi libreta de apuntes escribí: ‘Pobre Joaquín’, sintiendo una angustia desconocida por aquel hombre sin nombre. Una masa de palabras y melodías, informe todavía, ya sonaba dolorosamente dentro de mí como un lamento”.
Estos son los versos que garabateó Lena, conmovido por ese hombre privado hasta de identidad incluso en la hora de la muerte:
“Yo le miré los ojos al Joaquín / y de puro bueno me decía: / el no comer no mata / el no comer no mata / mata el odio y la envidia // El hombre ya se sabe que está aquí / condenado desde el nacimiento / y el hambre no le importa / y el hambre no le importa / la engaña con un sueño // Pobre Joaquín, pobre Joaquín / en medio del silencio // Amaneció en la luz serena y cruel / desde la noche mirando estrellas / y las manos vacías / y las manos vacías / vueltas hacia la tierra // Yo le miré los ojos al Joaquín / tan tristemente empañados y quietos / morir es poca cosa / morir es poca cosa / -dice Joaquín- ya muerto // Pobre Joaquín, pobre Joaquín / en medio del silencio”.
Imposible no acordarse de esa canción después de ojear los diarios locales del último 14 de julio. Casi como nota de color, para acompañar los repetidos y triviales comentarios sobre la baja temperatura, dice uno de esos periódicos: “Apareció muerto un hombre de 50 años que vivía en la calle. Se había refugiado en la entrada de un edificio de 43 entre 1 y 2”.
Y otro matutino aclara: “El cuerpo estaba tapado con bolsas y hojas de diarios, por lo que se supone que murió por el intenso frío registrado en las últimas horas”. Después agrega: “La víctima, cuya identidad era aún un misterio al cierre de esta edición, fue reconocida por los vecinos de la estación de trenes, que ya estaban acostumbrados a verlo rondar por ahí, buscando un sitio donde pasar la noche”.
Acostumbrados, claro. Ya todos nos hemos acostumbrado a los que duermen en la calle, a los chicos que andan abandonados, a los que revuelven las bolsas de basura buscando algo para comer. Ya se han vuelto naturales y ya forman parte habitual del paisaje.
Se equivoca el diario que titula que “la ola de frío polar se cobró una vida”. Está más cerca de la verdad el que encabeza diciendo que fueron “el frío y la falta de asistencia”. Ahora parece que un concejal presentó un proyecto para que la ciudad cuente con un parador nocturno y un servicio de emergencia dirigidos a las personas en situación de calle. Pero para el hombre de 43 entre 1 y 2 -y quién sabe para cuántos más- ya será demasiado tarde.
“Fue hipotermia”, dice el diario. Pero todos sabemos que en realidad hay una larga lista, mucho menos impersonal, de culpables y de responsables. Como los funcionarios que no funcionan, como las instituciones que no responden. Entre ellas, las religiones únicamente enfrascadas por esas horas en exorcizar los demonios convocados por el matrimonio homosexual. Como la sociedad entera, como cada uno de nosotros mismos, que ya nos hemos “acostumbrado”.
¡Pobre Joaquín!. ¡Y pobres de nosotros! ¡En medio del silencio!

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