PROMO LA PULSEADA DE ABRIL

julio 04, 2010

Editorial de julio: "Pasión de multitudes"

Estas líneas están escritas en medio de ese estado de éxtasis colectivo en el que entramos cada cuatro años, cuando mundial deja de ser un adjetivo para convertirse en sustantivo: es tiempo “del Mundial”. Y es probable que mientras estas palabras sean leídas los ecos de Sudáfrica todavía no se hayan apagado.
El fútbol forma parte de nuestra cultura. Es entre nosotros –como dice Galeano- una religión sin ateos. Sin embargo ha tenido desde siempre una relación muy conflictiva con los intelectuales y los militantes políticos. Como representante de nuestras élites ilustradas y políticamente conservadoras, Borges, tan brillante y sutil en otros asuntos, pronunció alguna vez este exabrupto: “no entiendo cómo alguien puede interesarse en veintidós hombres ya grandes que se ponen pantaloncitos cortos y corren atrás de una pelota”. Lo cual equivaldría a definir la literatura como manchas irregulares de tinta impresas sobre un papel. ¡El fútbol no es eso, estimado Jorge Luis! Y si no estuvo en condiciones de sentirlo, ¡usted se lo perdió! Después de todo, también fue incapaz de comprender cuestiones más relevantes, como ciertos movimientos políticos fundamentales de nuestra historia. Otros intelectuales, que alguna vez se dijeron progresistas, también han cargado sobre el fútbol considerándolo un nuevo opio de los pueblos, fuente de manipulación colectiva y causante de la alienación de las masas. A esa clase de ensayistas, como Sebreli, les pasa lo que les ocurre a todos los fundamentalistas del iluminismo: en parte tienen razón. Pero sólo eso: razón. Les faltan la pasión, los sentimientos, los afectos, sin los cuales cualquier análisis de lo humano queda trunco. Desde cierta militancia de izquierda, la pelota también fue mirada con recelo. Como si los pueblos atentos a lo que ocurre en la cancha se distrajesen por eso de la obligación de hacer la revolución.
En verdad, el fútbol, entendido como espectáculo de masas que las multitudes miran más que practican, es un fenómeno complejo y contradictorio. Donde entre otras cosas entran en juego –nunca más oportuna la metáfora- poderosísimos intereses políticos y económicos. Se sabe que la FIFA es una multinacional con un presupuesto superior al de muchos países del tercer mundo, conducida por un ex gerente de Coca-Cola que jamás se calzó los botines. Nadie ignora que gigantescas corporaciones privadas aprovechan los Mundiales para promover el consumo de sus productos y aumentar sus exorbitantes ganancias. El uso político del deporte también es suficientemente conocido, con ejemplos despreciables –como las Olimpíadas organizadas por los nazis en el ’36 o el Mundial ’78 de la Argentina- y otros encomiables –como el aprovechamiento que Mandela hizo del rugby en 1995 para soldar una nación fracturada por el apartheid-.
Pero además de negocio para pocos o herramienta de instrumentación política, el fútbol puede ser otras cosas. Puede ser también una gran batalla –simbólica y por lo tanto incruenta- donde los que pierden siempre encuentren una oportunidad de revancha. Sólo sobre el rectángulo de césped Brasil y Argentina son superpotencias, los africanos le meten miedo a sus ex metrópolis coloniales, un nativo de Villa Fiorito se atreve a vindicar la usurpación de las Malvinas y venir de Fuerte Apache no constituye un estigma.
Al momento de decidir qué decir en este espacio, que Carlitos Cajade utilizaba para comunicarse con los lectores, no cuesta imaginárselo diciendo: “Che, ¿y no vamos a decir nada del Mundial?”. Quizás alguien le hubiese respondido, como de hecho se sostuvo en una reunión de redacción, que “mejor sería hablar de todo lo que Sudáfrica va a tapar”. A lo que el querido cura seguramente replicaría: “No se trata de elegir entre esto o lo otro: hay que hacer las dos cosas. A mí me ponen muy contento los triunfos del Pincha. Pero si el que gana es Gimnasia, me acuerdo de los pibes del Hogar que son triperos y también me pongo feliz. Hay que agradecer que con todos los sufrimientos que padecen exista algo capaz de traerles un poco de alegría”. Siguiendo entonces el consejo de Carlitos, en este número de La Pulseada hay lugar para todo: desde el relato doloroso de los desalojos hasta la celebración del talento precoz de Messi. Sin permitir que las vuvuzelas tapen los reclamos y sin dejar de tocar trompetas para festejar los triunfos.

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